Ante el Pórtico del Año de la fe y en el contexto de
la nueva evangelización, el Papa ha decidido aumentar el “claustro” de Doctores
de la Iglesia. De los treinta y tres actuales se pasará a treinta y cinco el 7
de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario, en el inicio de la Asamblea Ordinaria
del Sínodo de los Obispos.
Doctor de la Iglesia es un título que el Papa otorga a
ciertos santos, reconociéndoles como eminentes maestros de la fe y modelos de
sabiduría cristiana para los fieles de todos los tiempos. En esta ocasión se
trata del santo español Juan de Ávila (1499-1569) y de la mística alemana
Hildegarda de Bingen (1098-1179). Esta será la cuarta mujer declarada doctora
de la Iglesia, tras Santa Teresa de Jesús, Catalina de Siena y Teresa del Niño
Jesús.
Juan de Ávila, maestro de espiritualidad
San Juan de Ávila, Patrono del clero secular español,
nace en Almodóvar del Campo –Ciudad Real– el 6 de enero de 1499. Empezó a
estudiar leyes en Salamanca con catorce años pero regresó pronto a Almodóvar.
Con veinte años fue a la Universidad de Alcalá de Henares donde estudió teología
y corrientes humanísticas de la época. Celebró la primera misa con veintiséis
años en su pueblo natal. Para festejar aquél acontecimiento invitó a comer a
doce pobres y repartió entre los necesitados su herencia: el valor de una mina
de plata estimada en más de cinco mil ducados.
Quería ir a las Indias, pero el arzobispo de Sevilla
le indicó que se quedara para evangelizar en la península. Predicó por toda
Sevilla, donde experimentó un duro contratiempo: le acusaron falsamente ante la
Inquisición de ser un alumbrado luterano y estuvo dos años en la cárcel.
Finalmente fue absuelto. Aquella experiencia no hizo sino espolear su afán
apostólico.
En Córdoba llevó a cabo una extensa atención de
formación a los sacerdotes. En Baeza fundará la Universidad de la Santísima
Trinidad para clérigos. En Granada acompañó a San Francisco de Borja en su
proceso de conversión. Conoció a san Francisco de Borja, san Juan de
Dios, san Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, y a fray Luis de Granada que influyo muchísimo en su pensamiento. En 1551
comenzaron a manifestarse sus muchas y persistentes enfermedades. No le
interesaron los nombramientos: renunció al arzobispado de Granada, al obispado
de Segovia y al capelo cardenalicio. Murió en su modesta casa de Montilla
(Córdoba) el 10 de mayo de 1569.
Tras ser beatificado por León XIII en 1894, fue
proclamado patrono del clero secular de España en 1946 por Pío XII. Al
canonizarlo en 31 de mayo de 1970, Pablo VI destacó de Juan de Ávila “un
espíritu clarividente y ardiente que a la denuncia de los males, a la
sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa
espiritualidad”. Combinó la profundización en el misterio de Dios y el diálogo
con el mundo de entonces caracterizado por una cultura humanista emergente, la
realidad de la pobreza y la injusticia, el impacto de la multiculturalidad y la
necesidad de una reforma eclesiástica.
La armonía de su doctrina con todo el conjunto de la
Sagrada Escritura le valió el título de Maestro que le dieron sus
contemporáneos. Contribuyó también a la aplicación del Concilio de Trento. Con
motivo del quinto centenario de su nacimiento los obispos españoles destacaron
de él “su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la
Iglesia, su ardor y entrega apostólica”. Una reciente Asamblea Plenaria del
episcopado español aprobó el documento “San Juan de Ávila, un doctor para la
nueva evangelización”.
Hildegarda de Bingen, mística y sabia
Esta santa alemana ha sido canonizada el pasado 10 de
mayo de 2012. Fue una de las mujeres más influyentes del siglo XII y contribuyó
a la renovación de la Iglesia. Tuvo relación con el emperador Federico
Barbarroja, con el papa Eugenio III y con San Bernardo de Claraval. Sus
escritos influyeron en el Concilio de Letrán en 1147.
Hildegarda nació en Bermesheim, cerca de Maguncia, en
1098. Era la última de diez hermanos de un matrimonio de la nobleza local. A
los seis años comenzó a tener visiones espirituales que duraron a lo largo de
toda su vida. Muy joven fue al monasterio de Disibodenberg donde vivió treinta
y cinco años. Al fallecer Jutta, su principal educadora y mentora, Hildegarda
fue elegida abadesa en 1136 cuando tenía treinta y ocho años.
Sólo habló, inicialmente, de los especiales dones sobrenaturales que
recibía con Jutta y después con el monje Volmar de Disibodenberg. Como las
visiones continuaron, su confesor lo reveló a su abad y éste al arzobispo de
Maguncia. Una junta de teólogos dictaminó que eran de inspiración divina e
indicaron a la interesada que comenzase a escribirlas. En 1141 Hildegarda
empezó a escribir su obra principalScivias (Conoce los Caminos) que
le llevó diez años.
Ella tenía dudas sobre la oportunidad de escribir o no
lo que percibía. Pudo consultar sus dudas con San Bernardo, quien la
tranquilizó y animó a que prosiguiera. El mismo papa Eugenio III designó una
comisión de teólogos para examinar los escritos y se concluyó que “sus obras
son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas”. Se
escribió a Hildegarda instándola a continuar la obra. Se trataba de mensajes
recibidos para toda la Iglesia como caminos de salvación para los hombres.
Escribe sobre la creación, la Iglesia, la obra divina y la cooperación del
hombre.
La santa se apresuró a refutar de palabra y por
escrito los errores de los herejes cátaros. Su fama hizo que su comunidad
creciera. Fundó un convento en Rupertsberg, cerca de Bingen, y otro en
Eibingen, al otro lado del Rin. En una visión se le pedía que ella se
trasladara de Disibondenberg. Resulta curioso observar que Hildegarda no tenía
ninguna gana de cambiarse y retrasó el traslado, aunque finalmente lo llevó a
cabo.
De 1158 a 1163 escribió el Libro de los méritos de la vida,
fruto de revelaciones grabadas en su espíritu, donde explicaba la lucha de las
virtudes contra los vicios. De 1163 a 1174 escribió el Libro de las
obras divinas. Se trata de un compendio de teología donde se habla de la
presencia de la Virgen junto al altar durante la Misa. Se describe el milagro
de la transustanciación en la eucaristía y se tratan temas apocalípticos.
Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes,
entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela y Rin. En ellos,
con no poco cansancio físico, predicó en iglesias y abadías sobre los temas que
más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de
los cátaros. A los setenta años fue predicadora ambulante animando al encuentro
con Cristo. Afirmaba que “el alma es siempre portadora de la vida más intensa y
de una indomable energía creadora, porque se sabe amada por Dios”.
Se conservan también cuatrocientas cartas suyas
dirigidas a personas de toda clase que acudían a ella en busca de consejo.
En medio de su intensa labor evangelizadora supo sacar
tiempo para ser compositora musical y poeta. En botánica y medicina llegó a ser
autora de referencia. Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179. Actualmente
sus restos reposan en la iglesia de Eibingen.
Por caminos muy diversos Juan de Ávila e Hildegarda de
Bingen destacaron por querer cumplir la voluntad de Dios mediante su ejemplo y
su palabra. Testimonios de otras épocas que por su magnífica raíz humana y
cristiana la Iglesia propone como ejemplo de respuesta personal y doctrinal para
la tarea siempre actual de la evangelización.